domingo, 11 de marzo de 2012

Premio redacción Coca-Cola 2010.


Un día, después de un sueño inquieto, se despertó convertido en otra persona. En el aspecto físico, seguía siendo el mismo, pero algo en su interior había cambiado.

Un simple sueño, unas simples imágenes irreales e imaginarias habían despertado en él sentimientos nuevos, que antes no comprendía, pero que ahora había llegado a conocer.

Se levantó de la cama, aún pensativo, y dirigiendo su mirada al espejo de su baño, reconoció su rostro. Un semblante frío y serio se alzaba ante él. Semblante que antaño le hubiera parecido perfecto, pero que ahora le resultaba odioso. Sus ojos marrones llamaron su atención, nunca antes le habían parecido tan pequeños y tan inertes.

Se lavó la cara, sin apartar la vista del espejo, y fijándose en su boca, en sus finos pero a la vez carnosos labios, trató de sonreír. No tuvo éxito.

Harto de su reflejo, abandonó la estancia de color blanquecino, dejando atrás los azulejos mal colocados y las gotas de agua sobre el lavabo.

Comenzó a dar vueltas por su apartamento, en el cual predominaba el color azul. No tenía rumbo ni dirección, únicamente necesitaba pensar, recordar su pasado, tomar decisiones.

Recordó su infancia, tan escasa de buenos momentos. Siempre había sido un chico inteligente, emprendedor y buen estudiante. Le entusiasmaba estudiar. Era pues, el mejor alumno de la escuela. Pero su obsesión por el estudio había acabado convirtiéndole en alguien solitario. Las palabras "amor" y "amistad" carecían de importancia para su persona. Jamás había llegado a comprenderlas, aunque tampoco le llamaban la atención.

Las cosas no habían cambiado en su periodo en el instituto. Mientras sus compañeros se divertían en los recreos, él se sentaba a la sombra de un viejo pero imponente roble, disfrutando de la compañía de un libro.

Su historial en la universidad era impecable, hecho del que antes se enorgullecía, hecho del que ahora se reprochaba.
Su vida era el trabajo, la más pura dedicación, el mayor de los empeños.

Las ciencias daban sentido a su vida, eran lo única razón para continuar. El ansia por descubrir, los misterios sin desvelar.

Y solo entonces, entendió que había malgastado su vida. Comprendió que mientras los demás habían disfrutado cada día, hora, minuto de su vida, él se había refugiado en su mundo personal, interesante pero a la vez aburrido, mucho más solitario que divertido.

En su sueño, con colores nítidos, aparecía él, rodeado de un montón de niños y niñas, saboreando su infancia en el patio del colegio. Juntos, correteaban por todos lados, inspeccionaban cada rincón, sonriendo ante cada oportunidad. Él se fijaba en Antía, su antigua compañera de clase, niña rubia de ojos azules a la que jamás había llegado a hablar. Vergüenza, timidez, amor platónico, sentimientos inconfesables. A continuación, resignación, frustración y concentración de nuevo en sus juegos. Sonrisas se alzaban en su rostro y a continuación...el techo de su habitación, el saber que nunca pasó, que desaprovechó su vida.

Ahora, con treinta años, descubrió que las ciencias no siempre tenían respuesta. Se dio cuenta de que el sentido de la vida es vivirla, disfrutando de cada momento en compañía de tus seres queridos. Cumpliendo con los impulsos, respetando las normas.

Y con rumbo decidido, se dirigió a la ventana, abriéndola de par en par, gozando de viento sobre la cara, respirando el aire salado procedente del mar próximo, abriendo los ojos lo más posible. Decidido a comenzar de cero. Convencido de cambiar de vida. Convertido en otra persona. Y con una sonrisa perfecta y verdadera en los labios, pronunció con voz decidida:
-Hoy va a ser un nuevo día.



Alicia Arias Acuyo.